Un pueblo demasiado tranquilo
Años 60. En el pueblo Pacífic Town la vida pasaba sin pena ni gloria. La gente iba del trabajo a casa y de casa al trabajo. Los niños al cole y a casa.
No había señal de televisión en la mayoría de los hogares y en los que tenían sólo podían ver un canal, en el que estaba habitualmente el presidente del condado recordando la prohibición de música e incluso cantar bajo grandes multas económicas o pena de prisión. Con lo que la televisión también permanecía apagada.
Cada día pasaba una patrulla por las calles del pueblo para ver si había en las casas algún tipo de sonido armonioso, hasta los timbres musicales de las viviendas y de los relojes de péndulo antes de dar la hora estaban prohibidos. Ni si quiera la iglesia se libraba de la prohibición de hacer cánticos o tocar el órgano u otro tipo de objeto.
Ya había algunas personas en la cárcel por estas cuestiones y la gente tenía miedo a protestar o incumplir esta triste medida. Sin música no existían las típicas reuniones de gente y los bares cada día iban echando el cierre. La gente o buscaba otro oficio fuera o moriría de pena y aburrimiento, pero tampoco tenían dinero suficiente ni querían dejar su hogar.
A través de cartas hacían llegar su condolencia a otros pueblos. Hasta que una carta le llegó a un grupo musical que decidió llamar a otros y proclamar una guerra de silencio, sonido en el pueblo.
Primero lllegaron Los Beatos que rápidamente fueron saqueados en cuanto empezaron a tocar sus religiosas canciones amenazados con armas, y enviados a prisión. No quisieron tomar medidas contra el encierro por designación divina y pensaron en jugar con los guardias.
Aunque en la celda uno se sacó una armónica y volvió a tocar y los otros a cantar. El guardia le preguntó :
-¿de donde ha sacado eso?.
-¿Usted que cree? Le replicó el músico.
Con unos guantes y dos dedos se la quitó.
Otro se puso a silbar la melodía.
El guardia de nuevo y más airado gritó:
-Deje de silbar o le arrancamos la lengua.
El silencio volvió a la presión.
Poco después llegaron Los Cántaores Reales, que en vez de tocar en el pueblo fueron directamente a tocar a la casa del alcalde y con armas amenazaron a la escolta.
-Solo queremos que el presidente nos escuche- dijo el artista.
El presidente salió a recriminar a sus guardias que dejaron hacer a los músicos y entonces del coche de estos salió alguien que le hizo arrodillarse y llorar.
Pero, hermano. ¡Estas vivo!- le dijo.
-No gracias a ti, aunque ahora me estás matando a mi y toda la gente de este condado.
-Si lo hice por ti. Tu eres el mayor músico. Si tu mueres la música debía morir contigo – Volvió a arremeter el mandatario.
-Pero hermano, la música debe existir. Existió antes, durante y después que yo. Aunque estuviera muerto me hubieses matado de nuevo en el cielo observando tu actitud.
Tras más de una hora exponiendo sus razones el líder derogó la ley de abstinencia musical y liberar a los presos por este motivo.
Pronto llegaron de forma altruista otros grupos para celebrar la vuelta a la música en el lugar otros grupos como Los Desconocidos o Los Animales. El pueblo fue cobrando vida. Los bares llenarse de gente y las noches de los fines de semana se convirtieron en verbenas. Los niños salían a la calle a jugar y cantar. Todo volvió a la normalidad que nunca debió irse, desapareciendo el programa del presidente y habiendo otros muchos programas variopintos, eso sí seguía habiendo un solo canal, pero eso era lógico en esos tiempos.
FIN
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